jueves, 9 de julio de 2009

Déjame Llorar.

Canción: Déjame Llorar, Franco de Vita

Un imposible silencio inundó la habitación en cuanto cerró la puerta tras de sí. Caminó hasta su mesita de noche y tomó el retrato de su madre que reposaba allí tranquilamente Se sentó en el borde de la cama mientras lo observaba detenidamente, como si aún no creyera que se encontrase en aquella situación. Las lágrimas caían sobre sus mejillas suavemente, corriendo el maquillaje que tanto trabajo le había costado aplicar, más no podía evitar llorar. ¿Cuántos años habían pasado desde aquel trágico día? Sin duda muchos, más sin embargo a ella le parecía como si fuera ayer, cuando su madre la dejó sola. Para ser justos, la había dejado a cargo de su padre. ¿Pero eso no valía ahora, verdad? No, no valía de nada si él estaba a menos de una hora de casarse con otra. ¡Con otra! Iba a tener una nueva esposa, y ella una madrastra.

Laura, así se llamaba. Tenía un hijo caprichoso, tan solo un poco más pequeño que ella misma. Al principio de la relación, su padre insistió en que se llevara bien con ambos, pero no hizo caso. No quería tener nada que ver con ése par, con aquellas personas que trataban de usurpar el lugar de su mamá. No eran puras imaginaciones suyas, no era algo que su cabeza de adolescente había inventado para tener algo con qué defenderse. Era cierto, aquella mujer había invadido su casa y la de su padre. Poco a poco hubo ropa de mujer por todas partes, las fotografías de su madre fueron desapareciendo misteriosamente, el cuarto de huéspedes fue tomado por ese niño que le hacía la vida imposible, ahora era ella la que decidía lo que almorzaban y la decoración de la casa, y muy pronto empezó a darle órdenes, a qué hora acostarse, cómo cepillarse el cabello, qué ropa era la adecuada para vestir, cómo comportarse en la mesa, ¡incluso le había restringido la entrada a la habitación de sus padres por “cuestiones de privacidad”!

¡Pero no! No iba a permitir que aquello siguiera así. Se paró furiosa, secándose el rostro con ímpetu. De alguna forma ella lograría que aquello se acabara. Caminó hacia la ventana. El cielo estaba totalmente oscuro, tan solo iluminado por la luna y las estrellas. En el patio se veían los invitados, llenos de algarabía por la ceremonia. Subió al alfeizar de la ventana, parándose en ella. Colocó los brazos alrededor de su cuerpo, como si de esa forma pudiese evitar que el alma se le destrozara en mil pedazos. Pero el dolor que creía se avecinaba en su corazón, no llegó. Al contrario, una paz perturbadora recorrió su cuerpo, a la vez que una brisa fría entumecía su cara. De repente sintió que una fortaleza se apoderaba de ella y le aflojaba el nudo que desde hacía tantos meses había permanecido en garganta, ahogándola. Abrió los brazos como si fuera a volar. Miró al cielo y descubrió una estrella parpadeando alegremente, como confirmándole sus pensamientos. Algo le decía que estaría bien.

Sonrió. Fue una sonrisa triste, pero aún así era una sonrisa. Se juró a sí misma que ya no sufriría más. Saltó.

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